
He pasado por Recepción y he visto cómo le hacían la ficha a una anciana que acababa de llegar. Venía con una maleta pequeñita, y miraba a su hijo, entre temerosa y suplicante. Sabía que ese iba a ser su destino definitivo. El joven daba sus datos. Parecía un hombre de nuestro tiempo, dinámico, deportista, muy bien vestido...La recepcionista le comentaba a una compañera: - “Se va a quedar con nosotros”. Y ella abría mucho sus ojos, y esperaba a que su hijo terminara. Estaba muy asustada.
¿Qué le habría llevado a su hijo a tomar aquella decisión? La vida actual, las prisas, la hipoteca, el pluriempleo, los niños...Pueden ser tantas cosas, pero lo cierto es que no queda tiempo ni espacio para los ancianos. Ahora, los que lo han dado todo durante su juventud se quedan aparcados en una residencia.
Hemos perdido finura en el alma, hemos ganado en materialismo. Las playas están sobresaturadas. Se organizan viajes espectaculares a paraísos caribeños, pero para los ancianos ya no hay tiempo ni espacio. Ellos, en su comprensión amorosa, dicen que sus hijos son muy buenos, que los cuidan muy bien, y que tienen que trabajar mucho para poder atenderlos. Luego se quedan dormidos en cualquier rincón, abrigados, pese a ser agosto, con mucho frío en el corazón y en el cuerpo, y solo esperan que alguien les tienda una mano, les ofrezca una sonrisa, o los llame por su nombre. Esta es la sociedad del bienestar que nos hemos creado. Gigantes de corazón pequeñito, donde no caben más que los intereses personales: Pasean su soledad por el jardín...