miércoles, 10 de enero de 2018



RECUERDO DE NUESTRA MADRE
 
Su escritura se fue haciendo más lenta, con menos fluidez en sus rasgos a medida que pasaban los años, el paulatino pero irreversible declive se hizo más evidente cuando fue acercándose primero, y sobrepasando después, la frontera de los cien años. Mi hermana Begoña, grafóloga, le ponía ejercicios de Reeducación gráfica para retrasar en lo posible el inevitable deterioro; y quizá lo consiguió porque la caída se producía de una manera muy pausada. Pero a punto de cumplir los 102 años el proceso se aceleró de manera alarmante. De todos los signos que indicaban su declinar quizá el que más me impresionó fue su letra, o lo que quedaba de ella, porque en un cierto momento, cuando intentó firmar, los trazos sobre el papel habían perdido todo su sentido, eran erráticos rasgos ilegibles. El efecto era tremendo y denotaba, incluso para un profano como yo, que el cerebro estaba en serias dificultades. Dos semanas después falleció. Era el primer día de diciembre de 2017.

Me pide mi hermana que escriba unas líneas sobre nuestra madre porque, interpreto, quiere tener encendida en su blog una llama de recuerdo. Pero no me resulta una petición sencilla de atender, primero porque es difícil encontrar un tono ponderado en medio de tanto dolor, y luego porque me causa un cierto reparo glosar su figura por la aparente obviedad de las valoraciones que una madre suele inspirar en sus hijos; me da miedo también dejarme llevar por el sentimentalismo porque tampoco quiero añadir más emoción a la que ya tenemos.

Contemplar su imagen nos ahorraría sin duda muchas palabras, bastaba con verla para hacerse una idea bastante cabal de su talante, siempre tranquila, afable, cordial, alegre... Y esa forma de ser era la razón que nos dábamos a veces cuando nos preguntaban y nos preguntábamos sobre las razones de su longevidad. Ese era el rasgo de su carácter que más sobresalía, su serenidad, su calma, nunca tuvo una crítica ni un reproche para nadie, nunca se enfadaba ante las inevitables contrariedades de la vida, las afrontaba sin queja, y eso denotaba una paz interior tan notable que era la única explicación que encontrábamos a su buena salud, también fuera de lo común.

Otro rasgo relevante era su laboriosidad, primero porque las estrecheces de la vida lo exigían, y después porque sí, simplemente porque le gustaba trabajar. En los últimos años ya le costaba enhebrar la aguja pero con tesón lo terminaba consiguiendo, y, aunque nunca había presumido de ello, nos mostraba orgullosa los armarios llenos de vestidos que ella había hecho, en ocasiones inspirándose en los modelos que veía en los escaparates de las tiendas de moda. En la cocina y en la costura ejerció sus magisterios. Una mujer clásica pero al mismo tiempo actual, que leía libros de variada temática, aunque en la última etapa se fue decantando por todo lo relacionado con Cantabria, su tierra natal, y ahí conectó con Miguel Ángel Revilla, con quien estableció una relación de recíproca admiración, “Juanita, la ´paisanuca` más guapa” le decía el presidente cántabro cuando se encontraban. En fin, mi madre asistía a conciertos, a teatros, leía a diario el periódico, y estuvo al corriente de la actualidad... hasta muy cerca del final. Toda esta actividad se fue apagando, lentamente, pero nunca se rindió del todo, cuatro días antes de su fallecimiento la llevamos a la cocina, su territorio por excelencia, llegó con mucha dificultad, y tan pronto se sentó dijo: “¿Qué tengo que hacer, qué hago?”.

En estos momentos de tristeza buscamos consuelo en la idea de que vivió muchos años y con una calidad de vida más que aceptable, una vida sin enfermedades, sin dolor. Solía contar que en una ocasión, cuando fue al Balneario de Archena, en el reconocimiento previo el médico le preguntó por sus dolencias, ella le dijo que no le dolía nada que iba allí porque le habían dicho que se estaba muy bien... vamos, a darse unos bañitos en las aguas termales.

Nació y se crió en un paraíso, en la Montaña, en Cantabria, en un verde valle que bien podría haber sido el escenario de Heidi. Un tiempo feliz que solo truncó el desastre de la guerra, aunque hasta aquellas alturas no llegara el hambre. Luego, ya en Madrid, la vida esforzada pero alegre de sacar adelante a su familia. Cuando se empieza con tan poco todas las mejoras se reciben como una fiesta, nos encantaba recordar la llegada del teléfono, la nevera, la lavadora, el primer coche... todo fue una ilusionada progresión, como tantas familias de España, y eso debe de ser algo parecido a lo que uno puede entender que es la felicidad.

Hemos vivido siempre con ella, hemos tenido el privilegio de disfrutar de su lúcida y activa ancianidad. En el coro en el que canto ya la habían nombrado presidenta de honor porque no se perdía una actuación, siempre allí en primera fila animándonos; tampoco dejó de acudir, incluso este último verano, a la playa de Laredo, donde con creciente dificultad, pero sin faltar a la cita, se instalaba bajo la sombrilla frente al mar. En busca de consuelo recurrimos constantemente a estas imágenes vitalistas, pero el consuelo no termina de llegar.

Sabemos que ha sido un privilegio, para ella y para nosotros, vivir tantos años en plenitud, pero aunque pueda parecer egoísta, queríamos más. Y es que nos ha dejado un vacío muy grande que no vemos la forma de llenar, aunque todos los minutos del día siga estando con nosotros.

Desde alguna estrella del cielo, seguro que ella os desea que paséis una Feliz Navidad.
 
Juan José Mardones.
 Madrid, 23 de diciembre de 2017