miércoles, 18 de febrero de 2015

EL DIARIO ES EL CALENDARIO DE LAS MAREAS DEL ALMA


"Querido diario
De adolescente llevabas un diario. Empezaste a mantener un diario de manera regular. En general, eso te ocurría tras la lectura de libros más o menos autobiográficos. Recuerdas haber sentido la necesidad de escribir después de leer las Memorias de ultratumba de Chateaubriand, o El niño, de Vallés, o El castillo de mi madre, de Pagnol.

Entonces utilizabas un cuaderno de colegial. Tras cada episodio de escritura, lo escondías en el fondo de un cajón, bajo el desorden de los libros y cuadernos de clase, disimulado bajo las copias y los borradores. Nunca terminaste ninguno de esos diarios, pero ello no te impidió escribirlos. Tenías muy claro que eran un espacio importante para ti, de sueño y clarificación de tus estados de ánimo, como un eco de tu vida, que concedía espacio al sentir, a la reflexión. Te encanta volverlos a leer: a veces te descubres exactamente igual que hoy; en otras ocasiones, gracias a ellos puedes comprobar hasta qué punto has cambiado, crecido. Y siempre sonríes al volver a sentir vibrar en ti esos movimientos sinceros de tu alma, así como sufrimientos o esperanzas.

De vez en cuando es posible utilizar el cerebro para otra cosa que no sea trabajar o divertirse. Si no permanecemos atentos, no haremos funcionar nuestro cerebro más que para hacer cosas y nos olvidaremos de sentirnos ser, de observarnos mientras vivimos. De repente pasaremos de largo ante la mitad de nuestra vida. No pasa nada, dirán algunos, seguirá quedando la otra mitad: nuestras acciones y reacciones a las demandas del entorno. Pero al ignorar nuestros estados de ánimo, al no prestarles atención, nos convertimos en simples “máquinas de vivir”, según la expresión de Paul Valéry. Y cuando dejemos de actuar y reaccionar tal vez nos invadirá una sensación de vacío inquietante o entristecedor.

Necesitamos introspección, tenemos necesidad de mirar dentro de nosotros mismos. Es cierto que volcándonos demasiado  en nuestro interior podemos desequilibrarnos y ahogarnos en nosotros. Sí, no basta con la introspección. También hay que vivir, y la acción y el encuentro nos enseñan y revelan mucho sobre nosotros mismos. Tal vez incluso nos dicen más cosas que la introspección acerca de lo que somos. Pero sin duda menos sobre cómo lo somos y sobre lo que eso nos hace ser…

Son muchas las maneras de entregarse a la introspección: basta con dejar de hacer cosas y pasar a reflexionar y sentir; practicar una técnica de meditación o llevar un diario.

Numerosos estudios han demostrado que escribir sobre uno mismo es beneficioso para la salud, que ayuda a la pacificación emocional, en especial en los momentos difíciles de la vida. Escribirlos y recitarlos permite aumentar la coherencia de sucesos y estados de ánimo que sin ello tendría un gusto de insuficiencia. Los estudios que comparan el hecho de hablar, escribir o simplemente de reflexionar sobre experiencias vitales dolorosas demuestran claramente que la escritura y el debate sientan mucho mejor que la reflexión solitaria. ¿Por qué suele resultar tan poco útil la “mera” reflexión? ¡Porque deriva rápidamente hacia las cavilaciones! Es bastante más difícil ponerse a cavilar por escrito: lo absurdo y la toxicidad del mecanismo saltarían a la vista, mientras que las toleramos en nuestra mente…

En efecto, uno de los mecanismos curativos de la escritura pasa por la reorganización de la experiencia dolorosa, que sin ella reposa sobre estados de ánimo a menudo caóticos y complicados. Obligarse a transcribir estos estados de ánimo en forma de relato coherente tiene un efecto beneficioso.

Si estamos convencidos de que nuestros estados de ánimo tienen sentido –un poco al menos-, el diario íntimo es el puesto de observación perfecto. Thoreau, el escritor norteamericano, decía de su diario que era “el calendario de las mareas del alma”. Y Jules Renard, cuando recordaba que la vocación de un diario es ser un vínculo de trabajo sobre uno mismo: “Nuestro diario no debe ser únicamente un simple parloteo, como muy a menudo sucede con los del Goncourt. Debe servirnos para formar nuestro carácter, para rectificarlo sin cesar, para enderezarlo”.

¿Regresamos entonces a nuestros cuadernitos?".

Serenidad en la vida cotidiana

Christophe André