"Querido diario
De adolescente llevabas un diario. Empezaste a mantener un
diario de manera regular. En general, eso te ocurría tras la lectura de libros
más o menos autobiográficos. Recuerdas haber sentido la necesidad de escribir
después de leer las Memorias de ultratumba
de Chateaubriand, o El niño, de
Vallés, o El castillo de mi madre, de
Pagnol.
Entonces utilizabas un cuaderno de colegial. Tras cada
episodio de escritura, lo escondías en el fondo de un cajón, bajo el desorden
de los libros y cuadernos de clase, disimulado bajo las copias y los
borradores. Nunca terminaste ninguno de esos diarios, pero ello no te impidió
escribirlos. Tenías muy claro que eran un espacio importante para ti, de sueño
y clarificación de tus estados de ánimo, como un eco de tu vida, que concedía
espacio al sentir, a la reflexión. Te encanta volverlos a leer: a veces te
descubres exactamente igual que hoy; en otras ocasiones, gracias a ellos puedes
comprobar hasta qué punto has cambiado, crecido. Y siempre sonríes al volver a
sentir vibrar en ti esos movimientos sinceros de tu alma, así como sufrimientos
o esperanzas.
De vez en cuando es posible utilizar el cerebro para otra
cosa que no sea trabajar o divertirse. Si no permanecemos atentos, no haremos
funcionar nuestro cerebro más que para hacer cosas y nos olvidaremos de
sentirnos ser, de observarnos
mientras vivimos. De repente pasaremos de largo ante la mitad de nuestra vida.
No pasa nada, dirán algunos, seguirá quedando la otra mitad: nuestras acciones
y reacciones a las demandas del entorno. Pero al ignorar nuestros estados de
ánimo, al no prestarles atención, nos convertimos en simples “máquinas de vivir”,
según la expresión de Paul Valéry. Y cuando dejemos de actuar y reaccionar tal
vez nos invadirá una sensación de vacío inquietante o entristecedor.
Necesitamos introspección, tenemos necesidad de mirar dentro
de nosotros mismos. Es cierto que volcándonos demasiado en nuestro interior podemos desequilibrarnos y
ahogarnos en nosotros. Sí, no basta con la introspección. También hay que
vivir, y la acción y el encuentro nos enseñan y revelan mucho sobre nosotros
mismos. Tal vez incluso nos dicen más cosas que la introspección acerca de lo
que somos. Pero sin duda menos sobre cómo lo somos y sobre lo que eso nos hace
ser…
Son muchas las maneras de entregarse a la introspección:
basta con dejar de hacer cosas y pasar a reflexionar y sentir; practicar una
técnica de meditación o llevar un diario.
Numerosos estudios han demostrado que escribir sobre uno
mismo es beneficioso para la salud, que ayuda a la pacificación emocional, en
especial en los momentos difíciles de la vida. Escribirlos y recitarlos permite
aumentar la coherencia de sucesos y estados de ánimo que sin ello tendría un
gusto de insuficiencia. Los estudios que comparan el hecho de hablar, escribir
o simplemente de reflexionar sobre experiencias vitales dolorosas demuestran
claramente que la escritura y el debate sientan mucho mejor que la reflexión
solitaria. ¿Por qué suele resultar tan poco útil la “mera” reflexión? ¡Porque
deriva rápidamente hacia las cavilaciones! Es bastante más difícil ponerse a
cavilar por escrito: lo absurdo y la toxicidad del mecanismo saltarían a la
vista, mientras que las toleramos en nuestra mente…
En efecto, uno de los mecanismos curativos de la escritura pasa
por la reorganización de la experiencia dolorosa, que sin ella reposa sobre
estados de ánimo a menudo caóticos y complicados. Obligarse a transcribir estos
estados de ánimo en forma de relato coherente tiene un efecto beneficioso.
Si estamos convencidos de que nuestros estados de ánimo
tienen sentido –un poco al menos-, el diario íntimo es el puesto de observación
perfecto. Thoreau, el escritor norteamericano, decía de su diario que era “el
calendario de las mareas del alma”. Y Jules Renard, cuando recordaba que la
vocación de un diario es ser un vínculo de trabajo sobre uno mismo: “Nuestro
diario no debe ser únicamente un simple parloteo, como muy a menudo sucede con
los del Goncourt. Debe servirnos para formar nuestro carácter, para
rectificarlo sin cesar, para enderezarlo”.
¿Regresamos
entonces a nuestros cuadernitos?".
Serenidad en la vida
cotidiana
Christophe André