El que escribe pone su atención en el
significado y no en la letra, en lo que escribe y no en cómo lo escribe. La
escritura artificial es más consciente, porque siempre tiene algo del proceso
de aprendizaje; esto se ve muy claramente en la imitación de los caracteres de
imprenta. Y, sin embargo, aun en medio de ese atento artificio, cien menudos rasgos
gráficos inconscientes traicionan la íntima personalidad de quien los traza.
El doctor P.
Ménard demuestra de qué modo la Grafología permite conocer las tendencias y una
parte de la personalidad íntima, basándose en la interpretación del gesto y
estudiando, sobre todo, los movimientos automáticos. La vitola, el mobiliario,
la fisonomía, todo corrobora, en tanto que es manifestación de la vida
inconsciente, las afirmaciones de la Grafología.
Además, la
Grafología -afirma el doctor P. Ménard- puede constituir un buen método de
disciplina mental, ya que al modificar la letra podemos rectificar nuestro
carácter, puesto que corregimos nuestros gestos. Son, como este doctor, ya
varios los grafólogos franceses que han recordado el consejo de Pascal, de
tomar agua bendita para suscitar la creencia religiosa, y la afirmación de
Pedro Nicole al predicar en Port-Royal que la reforma de nuestra conducta
exterior es un verdadero medio para conseguir la reforma interior del alma. Se
trata, en suma, de una especie de autodisciplina.
¿Cómo?, se
objetará. Si un abúlico omite las barras de las tes, por el solo hecho de trazarlas ¿adquirirá fuerza de voluntad?
Es indudable que si consigue trazarlas es que no carece totalmente de esta
facultad, ya que mediante este artificio ha logrado encauzarla, y que del mismo
modo que la encauza en la letra, podrá hacerlo, si se lo propone, en otros
sectores de la vida.
Matilde Ras, Historia de la escritura y Grafología, Editorial
Maxtor, Valladolid, 2005